Cada domingo. Llegó a vivir en nuestra casa, enseguida me di cuenta que bajo su dulce apariencia escondía otro rostro, a mi no podía engañarme. Cuando él salía, ella volteaba mi retrato hacia la pared, al referirse a mí lo hacía con sarcasmo. Dejó secar mis plantas a propósito. Envió mis cuadros preferidos al desván. Lo único que no pudo tocar fue nuestra recámara. Felipe no lo permitió. De tarde en tarde, al regresar a casa, entraba sigilosamente cuidando que ella no lo sorprendiera. Sin embargo, cada día que pasaba, sus visitas a nuestra recámara se hacían más cortas, ella al llamarlo cortaba bruscamente su permanencia.https://www.youtube.com/watch?v=h34PNiTDO5E
Empecé a aborrecerla y a hacerle cosas, primero solo eran travesuras, le subía la flama a la estufa para que se le quemaran los frijoles. Otras veces tiraba la ropa mojada para que tuviera que volver a lavarla; pero ella no entendía y seguía sin respetarme. Muchas veces la escuché decir que yo lo tenía enyerbado, que aprendí brujerías con mi tía Lola. Eso si me dolió. Apuntando cuidadosamente le aventé una maceta desde el balcón, pero solo conseguí asustarla. Otro día la empujé de la escalera con tan mala suerte que nada más se rompió una pierna.
Cada domingo.
Lo peor fue ver a Felipe atendiéndola y mimándola. Desde entonces decidí que ya no voy a hacerle nada. Mi Felipe se adelgaza y se preocupa. Tengo que reconocerlo, ella guisa muy sabroso, lo atiende, lo hace reír y comer. Total, él sigue yendo cada domingo a llevarme mis gardenias, colgada la tristeza de sus párpados bajos, sin mirarme, sus pupilas se posan en las letras doradas de mi nombre, grabado en esa cruz, donde yace el silencio, mientras sus pensamientos se pierden en busca de otros tiempos hasta encontrarme.