“Quiero ser… la consentida de mi profesor.” No recuerdo que alguien se haya sorprendido con mis calificaciones. Primero, las de matemáticas y después las de estadística. Siempre obtuve sobresaliente. Con frecuencia buscaba el desafío de enfrentarme a los números, los conjuntos, las abstracciones, las estadísticas. Me fascina el rigor y la precisión que esta ciencia requiere.
Estadística.
Ante alguna dificultad, me apoyaba en las palabras de Bertrand Russell “… las matemáticas son un estudio que puede llevarse a cabo en dos direcciones opuestas (una, busca la expansión del conocimiento, la otra se ocupa de darle fundamentos).”
Mi profesor de Estadística, en la especialidad de Salud Pública, usaba la metáfora del telescopio y el microscopio. Ilustraba así la necesidad de ampliar nuestras capacidades: visuales y lógicas. Al final, nos mostraba el fruto de la exploración, análisis, razonamiento, perspectivas, el poder y los medios para demostrarlas.
Aquellos ojos verdes…
Admiraba su inteligencia y me gustaban sus ojos, verdes. Aunque mi tarea fuera “muy buena o excelente”, solo repetía: “mejore, asuma riesgos, le faltó esfuerzo, debe esmerarse, etc..” Al final del curso, hacíamos prácticas de campo. Cada maestro/a iba a cargo de 12 alumnos/as. Se supo que el maestro exigió que yo debería estar en su grupo. Sufrí suspicacias, bromas de mal gusto, me cantaban «Quiero ser…la consentida de mi profesor«. No hice caso. Al final el curso fue inolvidable.
«Quiero ser …la consentida de mi profesor»
Años después, casualmente lo encontré. Platicamos sobre nuestros avances profesionales. Yo le pregunté que había de cierto en aquellos rumores. Él, riendo abiertamente, me confesó un amor otoñal aunado a la admiración que siempre reprimió. Me preguntó que había pensado yo, sin dudarlo, le confié las bromas y como me cantaban «Quiero ser…la consentida de mi profesor’”. Esbozando una sonrisa añadió: “acertaron en un 50% de los motivos, además de darme una mejor excusa para esa penosa situación”. Se fue riendo, porque además de su inteligencia, tenía intacto su famoso buen humor.