Orgía perpetua , aprendí en carne propia la frase de Flaubert «La única manera de soportar la existencia es sumergirse en literatura como en una orgía perpetúa» Fueron pocos los viajes durante mi infancia. A la ciudad capital de San Luís Potosí en calidad de chaperona de mi tía. A los lugares en que se encontraban mis tíos Lupe y Felipe, él como telegrafista primero y después como jefe de estación de los Ferrocarriles Nacionales de México. Hubo magníficas oportunidades para pasar las vacaciones con ellos. Nos permitieron reconocer algunas bellezas de la naturaleza en la región conocida como la Huasteca Potosina.
“peccata minuta”
Los viajes a Tampico resultaban, por mucho, las mejores experiencias. En parte, por las playas de Madero. Tenían el encanto del mar, las distintas tonalidades de un azul cambiante y la salada brisa. El chapopote, que desde entonces alertaba, era “peccata minuta” comparada con los baños de sol entre las olas, siempre mansas y apacibles. Recuerdo la experiencia de remar en el “chairel”, disfrutar el paso por esas calles y plazas de Tampico. También fue una odisea reconocer El Globito y la Victoria, con sus características, símbolos y metáforas que disfrutaba principalmente el paladar, luego de injustas comparaciones.
«orgía perpetua»
Estoy convencida que lo mejor , era llegar a la casa de los tíos Matilde y María, a la primera oportunidad, encerrarme en la bodega que funcionaba como biblioteca. Ahí prácticamente me “clavaba” leyendo desde pasquines hasta novelas. Mi primo Sergio, era el único que se daba cuenta. Quizá porque compartía conmigo ese apasionado hábito por la lectura. Compartir nuestro secreto, la «orgía perpetua» de esos viajes fantásticos que la lectura ofrece, fueron parte de nuestras conversaciones. Dicen que las anécdotas de la niñez, suelen ser inolvidables, en mi caso, aún lo son.
Recuerdo nuestros juegos por la noche, lo mismo entonábamos canciones infantiles que contábamos cuentos de terror. No olvido aquella escena, cuando sangraba profusamente uno de los párpados de mi primo, su perro, el mismo animal del cual yo siempre permanecía lo más alejada posible , ese cuya fiereza imaginaba por su aspecto o su enorme tamaño, al parecer con una de sus uñas había cortado en dos el párpado de mi primo, mientras jugaban. Sergio detuvo a su padre que ante la impresión solo podía pensar en matar al animal. Así, de ese mismo tamaño, así era el alma de aquel primo que nunca olvidaré. Estoy de acuerdo, las mejores experiencias de la vida no suelen estar planificadas, ocurren al azar y nos acompañan toda la vida.
Andrea Saldaña Rivera. https://es.wikipedia.org/wiki/Andrea_Salda%C3%B1a