Recuerdos de mi vida. (Souvenirs.) “Pasajeros al tren…pasajeros al tren” . Aún escucho aquellas frases que repetía con voz tranquila el garrotero, mientras corría desaforada temiendo que partieran sin mí. Al moverse el tren la palabra «vaaaaamonos» indicaba el movimiento en cada estación. Cada escena, planeada o imprevista, se corresponde con su propio tiempo de vida. Dedicado a mis padres Esther y Román. http://Andreasaldana.com
El primer tren que conocí: San Luis-Tampico-San Luís. El último y muy diferente que abordé muchos años después , fue en el Aeropuerto Charles de Gaulle para trasladarme al Hotel que me habían reservado en el centro de París.
Tiempo recobrado
En 1948 supe lo que era viajar en el ferrocarril. Desde entonces me enfrenté al boletero que me preguntaba: ¿Cuántos años tienes? (menores de 5 años no pagaban pasaje). Previamente aleccionada por mi tía Concha, ponía mi más angelical expresión contestando “cuatlo”, al tiempo que mostraba 4 dedos de la mano.
Esa anécdota, con algunas variaciones, fue constantemente repetida en las reuniones familiares. Ese tiempo habita en mi, como si hubiera sido ayer, con la misma intensidad y certidumbre. Por eso no hablo de tiempo perdido. En todo caso sería un tiempo recobrado, si es que entendí bien a Marcel Proust.
Cerritos- San Luis Potosí- Cerritos.
Mi tía, y yo con ella, fuimos a San Luís en viaje de ida y vuelta, desde Cerritos, el pueblo donde vivíamos. Las estaciones que más se me grabaron fueron “Villar”, donde gritaban ofertando las “pizzas mexicanas”. Eran grandes tostadas con una variedad de guisos y en “Corcovada”, los “tacos potosinos” tenían una bien ganada fama.
Me hubiera conformado con ver estas imágenes y escuchar las originales palabras con que ofertaban tal vendimia, aunque no me negué a probar tales antojos.
Cerritos-Tampico-Cerritos.
En muchas ocasiones, viajamos de Cerritos a Tampico, era la misma línea del tren. Este viaje ofrecía un mayor número de atractivos. Desde la “borreguita” a probar la cajeta, luego San Bartolo que era la estación de transbordo, que nunca usamos, pero que llevaba pasaje y carga a través de un ramal que llegaba a la estación de Rioverde. La cercanía entre ambos explica la oferta de naranjas, aunque también vendían unas ricas tortas de chorizo.
Seguía el viaje pasando por la estación de “Tablas” que nunca me llamó la atención. Me agradaba escuchar al garrotero que repetía “Cárdenas”, aún antes de que el tren se detuviera. Es posible que por la hora, entre 1 y 2 de la tarde, la mayoría de pasajeros ya teníamos hambre. Las marchantas subían con sus canastos. Vendían sopa de arroz con huevos cocidos. «Con hambre todo te comes», decía mi mamá, al tiempo de entregarnos nuestro plato de arroz y una botella de refresco.
Hambre
Hoy valoro de muy diferentes maneras esa sensación: el hambre. Al menos, dirán los más optimistas, sentirla te hace saber que sigues vivo. Objetivamente diríamos que el hambre, es la sensación que indica la necesidad de comer, el deseo de algo. Hambre es también la palabra que usamos para hablar de escasez de alimentos básicos. Generalmente se da como consecuencia de la pobreza y la desigualdad económica.
En esa estación de Cárdenas, mis ojos siempre buscaban a una anciana, caminaba apoyada en su bastón. Pasaba frente a las ventanillas alargando su mano. Cantaba una frase… que desde entonces humedece mis pupilas: “me da usted una bendita caridad, por el amor de Dios señorita”.
¿Ceguera ?
Gracias a mi madre y después con mis propios recursos, logré depositar unas monedas en su mano. Sus palmas mostraban las huellas de la edad y seguramente de las duras faenas realizadas. Lo blanco en sus pupilas revelaba su discapacidad visual, aunque había fortalecido otras capacidades.
Pienso que esta vivencia ayudó a mi desarrollo. No en balde esa huella aparece con frecuencia en mis recuerdos. Quizá con ella logré incorporar en mi vida … la empatía, la solidaridad y otros valores. Tal vez la tristeza ante las miserias humanas, aunada a la impotencia, vivida desde tan corta edad, puede ser frustrante. Aún así fue positivo enfrentarla.
Fueron emociones fuertes, lo bueno de la infancia, es que no duran mucho. En cuanto salíamos de Cárdenas, disfrutaba un paisaje tan verde como debe haber sido la esperanza en aquellos años.
Espinazo del diablo.
Las plantas, arbustos, palmeras y árboles cruzaban frente a la ventanilla, yo veía el paisaje casi hipnotizada. Más adelante, aparecía el miedo, aunque bastante disimulado con la risa nerviosa. El tren, entraba en un túnel, parte del “espinazo del diablo”. Esta es una formación rocosa que se encuentra antes de llegar a la estación de “Tamasopo”.
Mi mamá se encargaba de ambientar esos momentos diciendo: “en ese lugar, a media noche, se aparece el charro negro”. Aunque era de día cuando pasábamos, la oscuridad del túnel propiciaba un episodio de “taquicardia”, un ligero temblor, escalofríos y una leve opresión en la garganta. Los chistes que mi madre intercalaba con las leyendas de terror fueron el mejor antídoto.
Seguramente el cansancio y las emociones nos hacían dormir. A veces despertaba en Cd. Valles, otras en Ébano, que eran las últimas estaciones antes de llegar a nuestro destino: Tampico.
Yo soy yo y mi circunstancia…
Mi papá estaba en el andén, fumando, esperándonos. Poco acostumbraba hacer cariños. Sin embargo, recibirnos y despedirnos, fueron una buena excusa para darse permiso. Le era difícil esconder esa ternura que escaldaba sus pupilas. Su pañuelo simulando secar el sudor de su cara siempre fue su mejor recurso para disimularla.
Nos recibía con palmadas en la cara y en la espalda. Repetidas, toscas y simples palabras bastaron para engañarnos en nuestra infancia. Después comprenderíamos como manejó su patriarcal máscara, quizá heredada por sus ancestros y/o por la cultura que nos tocó vivir en aquellos tiempos. Viene a mi mente la frase de Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo».
Andrea Saldaña Rivera.https://es.wikipedia.org/wiki/Andrea_Salda%C3%B1a