Con estos silencios, te recuerdo.

Por Andrea Saldaña Rivera

Andrea Saldaña Rivera https://es.wikipedia.org/wiki/Andrea_Salda%C3%B1a

Con estos silencios te recuerdo. Las señales. se leen… como si las hubiera dejado caer en medio del párrafo, de manera casual….o  cuidadosamente insertadas. Lo pide el texto. Diría yo. 

Ante todo, lenguaje y frases son objetivas y subjetivas. Pretenden enmascarar la acción y a veces, enriquecer el lenguaje.  Sin embargo, también buscan resaltar las posibilidades infinitas de la palabra. Como resultado, los episodios, reales o ficticios, llaman a la nostalgia. Ahí es donde el recuerdo y los sentimientos involucrados, prefieren cobijarse en el silencio. En la literatura, hay personajes que llevan a la soledad tanto como a los recuerdos y al silencio. 

Consecuentemente el silencio, encuentra mejor las palabras para describir:  los recuerdos, un gran amor, la intensidad del mismo y hasta el rechazo del olvido, por más que la ausencia se empeñe en buscarlo. 

¿Anacronía?https://es.wikipedia.org/wiki/Anacron%C3%ADa_(literatura)

Por lo tanto, sea realidad o fantasía, no nos negamos a vivir y revivir …un gran amor. Especialmente este, que fortaleció valores como la temeridad y la osadía. Probablemente es la explicación ante los tropiezos. El amor permanece en cada uno de los fragmentos de la historia. Me gusta la narración en desorden cronológico. Como resultado, los acontecimientos se escriben siguiendo a  factores diversos. Por lo tanto, queda para el lector/a  el  entenderlos cronológicamente.

Alguien diría que es una de mis características personales: contradecir, refutar o actuar al revés que alguien o que la mayoría. Por otra parte es innegable su literaria justificación. Esta narración incluye dos personajes: él … y yo. Mientras que puede ser semejante a la de muchas/os de ustedes, la nuestra menciona otros personajes de manera tangencial. Sin embargo es pródiga y especialmente relevante al hablar sobre la avidez y la voracidad de nuestros sentimientos.

La historia 

Hoy veo en tu rostro una lividez cambiante. Distingo dos tonalidades, entre rojizo y rosado. Supongo que son por las altas temperaturas de este verano, o por la falta de aire acondicionado. Hasta yo me siento acalorada. Seguro contribuye la luz artificial. Se me ocurrió que debo esperar el amanecer . A veces refresca. Además, el sol, con su luz brillante y natural, me ayudará a distinguir la línea de tus labios.

No tendré que imaginar esa media sonrisa que tanto amo. Prefiero verla amplia. Semeja un guiño, un retozo juguetón antes del beso, ese tan especial con el que nuestros encuentros, alcanzaron una sensualidad inenarrable.

 

 

…nunca dejarás de ser mí centro,

Creí que era  un lecho, donde habías aceptado recostarte  por cansancio. Cubrí mis ojos, la luz me molestaba. Prefería estar así, en tinieblas. Mientras tanto me puse a recordar,  que nunca dejarías de ser mí centro, mi principio, rechazaba imaginar que fuera… ¿el final?

En nuestros recuerdos, la mirada te seguía por el camino, hasta que solo eras un punto en el horizonte. Imaginaba tus labios esbozando la sonrisa. Esa que me entregabas, para que solo así te recordara al evocarte. Esa sonrisa con la que anticipaba disfrutar de tu regreso.

 

Fueron varias ceremonias religiosas a las que asistimos, todas con nuestras familias.  Hubo tantos bautizos, aunque el mío puedo evocarlo gracias a la descripción y las anécdotas. Las repites con frecuencia, por eso reconozco que es una versión muy diferente a la que me contaron vagamente mis padres.

En las primeras comuniones ya pude empezar a apreciar tu porte, creo que fue la primera vez que te vi con traje y corbata. Nunca dejaste de ser un desinteresado bienhechor que cada tanto, llegaba con regalos para todos/as. Los más preciados para mí, eran tu tiempo, tus enseñanzas, los libros y postales de los lugares que habías conocido, tus mimos y tu cariño.

...una dulce quietud 

No me alcanzaría el tiempo para escribir nuestros recuerdos. El silencio, como la paz, una dulce quietud auditiva y visual.  Parecía descender de los frescos. Algunos desde el techo de la iglesia.  Eso es algo que no te agradecí lo suficiente. Siempre me explicabas la historia, los hechos, el proceso, los pintores y hasta el significado de la composición. Los temas, fielmente representados en altares y  techos de las Iglesias que conocimos.

Yo quedaba pasmada por la belleza de las obras y por tus palabras. Guardé todas las postales , veía con frecuencia la que se considera  una de las maravillas del mundo. Escena tras escena, narra algunos capítulos del Antiguo Testamento. En el centro  se encuentra una de las imágenes más conocidas del arte occidental: la escena de Dios dándole vida a Adán.

 

…ante el contacto de mi piel,

En ocasiones, después de ver los techos, mi cuello protestaba con una ligera tortícolis. Tus manos se encargaban de aliviar el dolor con masajes, al tiempo que dirigías un ejercicio de estiramiento.

Debo confesar que algunas veces exageraba el dolor. Amaba tus manos en mi cuello: iniciaban el ritual con la delicadeza profesional de una terapia. Así, cuando tus labios, ardientes y fogosos, cedían ante el contacto con mi piel, respondía  a tus demandas sin reservas.  Intuía los ficticios caminos, las sendas aparentes y supuestos atajos.

Compartíamos el gusto por la poesía. Me gustaba escuchar algunas de las mías, cuando tus labios las susurraban en mi oído.

 

Tus manos, un nido de certezas…

Tomarnos de la mano me hacía sentir segura. Quizá porque mi padre nunca lo hacía. Años después, pasó de ser una sensación afectuosa a ser suave, cálida y acogedora. Llegó el momento en que preferí colgarme de tu brazo. Acercaba mi rostro, hasta casi recostarme en tu hombro. 

Mi madre y mis hermanos eran felices comiendo nieve, palomitas o las demás frutas y golosinas que nos comprabas en la Feria. Recorríamos los puestos y los juegos mecánicos. Parece que ni mi madre, ni mis hermanos, superaban el miedo y sobresalto que les causaba, por eso jamás aceptaron acompañarnos. Disfrutamos al subirnos a todos.

Desde entonces, una voz en mi mente,  agradecía en secreto la relativa soledad. Hasta podía abrazarte, pretextando una súbita cobardía que nunca me creíste.

 

Adolescencia, como ignorarla

Con frecuencia varias  jóvenes  se cruzaban en nuestro camino. Te miraban con coquetería. Sonreías, pero ante el recelo que advertías en mis ojos, solías hacerme un paternal cariño. Yo lo rechazaba indignada. 

En mi escuela, los piropos me impulsaron a verme con más frecuencia en el espejo. Traté de olvidar a las jóvenes. Aunque una espinita de celos, me seguía molestando. Especialmente al verte pasear con todas en tu auto.

Mi graduación de secundaria, compañeros/as en clases, en deportes y compartiendo viajes de estudio,  me ayudaron a mitigar tus frecuentes ausencias. Desde entonces tus regresos revivían en mi todo el caudal de sentimientos. Empezaste a interesarte en mis amigos. Dejaste de hacerlo, probablemente al convencerte de mi fidelidad.

Fue cuando más frases repetías : «jamás olvides tus sueños», «conserva en tu vida a quien te quiera, te anime, te inspire y te motive» ,  «logra tus sueños, nunca desistas».

Impulsabas mi amor… a los idiomas.

Llegó el momento en que se me hizo difícil disimular un rubor que surgía, impertinente, inoportuno. Aparecía con tan solo mirarnos.  Escuchar tus palabras sin perder ni una coma era todo un deleite. Sentir tu cercanía, advertir tu olor, tocarte. Mi piel, era cada vez más sensible ante tu cercanía. Esas sensaciones empezaron a ser tan deliciosamente disfrutadas y a la vez …me cuestionaba.

Llegué a considerar incluirlas en la semanal confesión al cura. Nunca me atreví. Hoy, sé que solo estaba creciendo, lo mismo que el infantil amor que maduraba, sin que ninguno de los dos lo hubiera planeado. 

Mis planes  incluían viajar, tu ejemplo, sin duda alguna. Finalmente, la superación estaba en todas las aristas de los planes que aplaudías. No habrían cristalizado sin tu ayuda. Traías los folletos de Universidades. Comentabas las opciones de becas. Impulsabas mi amor a los idiomas y mi predilección por ser independiente.

 

Concluí mi carrera.

Nuestras actividades no cambiaron mucho. Seguíamos con los mismas paseos familiares. Empezamos a disfrutar el baile  y mirar la luna con frecuencia. Luego, me diste clases de manejo. Mi madre te agradeció ante la posibilidad de contar con mi ayuda. Ella jamás manejó y mi padre seguía con sus horarios de trabajo, cada día más prolongados.

No aprendí a manejar, pero las clases facilitaron la intimidad que tanto anhelábamos. No solo abrimos nuestros corazones, analizamos temores y los planes de ambos. Tuvimos confidencias de mayor madurez y sentimos toda la profundidad de la pasión que íbamos descubriendo.

Ponderar la pasión …

Recuerdo mi sorpresa ante el cambio en tus planes. Establecerte. Cristalizar un proyecto. Ahorraste tantos años. Describiste  la inversión al detalle. Me enseñarías, algo tan diferente. Así, ambos atenderíamos el negocio. Me cuidarías, lo mismo a nuestros hijos en un futuro cercano.

Ya no hubo tiempo para hablar de mis sueños, mis proyectos, mis necesidades.  Extrañaba mi autonomía, mi libertad, mi maestro, mi guía. Incluso parecías subestimar los reconocimientos que ahora recibía.  

El miedo empezó a rondarme. Sentía que no estábamos hablando el mismo idioma. No era falta de amor, ambos sentíamos lo mismo. ¿ Sería acaso el señuelo?  Llega el momento en que la seducción reemplaza toda voluntad. Romper la inercia, el primer paso que debería dar. No era falta de amor, no podías ponerlo en duda. A mí, me faltaba mucho del tiempo que tu ya habías disfrutado.  

 

Nunca me molestaron tus canas

Soñaba con seguir a tu lado. Quizá me acostumbré a nuestras despedidas. Nunca perdimos de vista que lograría mis metas. Luego vendría el «nosotros». Contigo y  nuestro amor.

No consideré la diferencia de nuestro reloj vital. Insistí en que bastaría con acoplarnos. Propuse aplazar tus planes mientras yo adelantaba otros. Así podríamos coincidir.

Seguías hablando sobre ordenar nuestra vida en forma cronológica. Ese orden «natural», esas quimeras que siempre cuestionamos. En resumen, luego de tantos logros, aventuras  y viajes, ya te urgía establecerte. Eso significaba  casarnos, tener hijos y vivir felices. Yo quería lo mismo, más adelante. Aún debía cruzar por tantos mares, trabajar, escribir y a mi regreso contarte todas mis experiencias . El miedo y la curiosidad  acompañan los cambios. Crecer implica vivir a plenitud  nuevos amaneceres,  superar desafíos,  reconocer tormentas y mucho más.

 

El mundo necesita soñadores

Habían cambiado las reflexiones de ambos. Nunca será suficiente para el ser humano, vivir solo la infancia y una breve etapa de formación. Sabías que yo tenía sueños por cumplir. Entre ellos, lograr mi propia libertad, mi independencia y mi libre albedrío. Tu ejemplo fue vital para mí. 

Nuestros diálogos eran tanto sobre los sueños, como sobre el derecho a tenerlos y alcanzarlos. Es cierto, tenía la intención de llegar a un acuerdo, de encontrar una solución. Me conformaría con el respeto mutuo a nuestros sueños, a como y cuando perseguirlos y  jamás … subestimarlos.

Pensé que la despedida sería, como tantas otras. No fue así. Solo dejé de verte. Supe que te casaste al poco tiempo, que esperaban un hijo, como soñabas. Otra lección de vida que me diste . Pues lograr nuestros sueños no debe impedir los de otros. Muy útil, como siempre, en verdad te doy las gracias amor mío.

 

…no quería interrumpir tu sueño

Vi la frazada que te cubría desde el cuello. Seguro el calor te molestaba. Pedí que la cambiaran por otra más ligera. Debía asegurarme. No hubiera querido interrumpir tu sueño. Tampoco me gustaba verte inmóvil tantas horas.

Despertabas pensamientos, ideas, sensaciones y preguntas. Las posibles respuestas me asustaban. Me negaba a cuestionar esa inmovilidad. Estaba ansiando confirmar, que era un sueño, tuyo, o mío. Pensarme sin ti, me llevaba a vivir anticipadamente una agonía. Me negaba a prescindir del adiós y el beso que siempre me dejabas.  

Los encargados se negaron a cambiar la frazada. Algo cerraron, no supe que. Desapareció el atisbo de luz. Coloqué mis manos cubriendo mis oídos para no escuchar lo que decían, sobre  sellar el  … féretro. Finalmente comprendí. Probablemente fue la razón de mi llanto,  ahora lo dejaría correr,  libre , sería mi compañero, mientras viva.

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