La piel de los amantes se impregna de luz anochecida,
de la lluvia de otoño y un sueño de amaranto que esparce sus colores
para seguir recreando nuevos amaneceres.
Se colma de silencios en un profundo abrazo
largamente anhelado hasta tocar con ellos
la nitidez de Dios y todos sus conceptos.
Ellos no piden nada,
ni la humedad perenne que crece entre la hierba,
el verde de los musgos y los lirios
en la apretada ausencia de un suspiro
el ayuno en maitines o el reposo
a ellos pertenece no solo la esperanza
sino también el agua ya libre del azogue
el agua siempreviva, el cristalino gozo
que devora la sed hasta en semana santa.