«Porque contar la historia, me ayudó a perdonar».
“El testimonio de las mujeres es ver lo de fuera desde dentro. Si hay una característica que pueda diferenciar el discurso de la mujer, es ese encuadre.“ Carmen Martín Gaite
Andrea Saldaña Rivera.
«Porque contar la historia, me ayudó a perdonar».
En la sierra de la huasteca, amanece distinto cada día. Mi jacal está en el municipio de Tancanhuitz, que significa «Canoa de flores amarillas» . Queda más arriba de la Cueva de los Brujos, a donde junto leña muy temprano, porque más abajo empieza el arroyo y su brisa la moja demasiado. Mientras bajo por el sendero, se despiertan los trinos de los pájaros y los gritos de las guacamayas. Los primeros rayos del sol tienen tantas tonalidades, las plantas y las hojas de los árboles muestran diferentes matices por la lluvia, el rocío y hasta “la calor”.
«Porque contar la historia, me ayudó a perdonar».
De regreso al jacal los colores de las plumas de las gallinas y los gallos se confunden. Corretean en el corral cuando la Chiquis, mi perrita blanca, se pone a jugar con ellas. Pienso yo, que no necesito color en la falda de enredo que usamos las Tének. Es negra, de percal, sujeta a la cintura con una faja. La blusa es brillante, azul o rosa. Lo negro de la falda disimula la tierra, las manchas y el hollín de la leña. Las faenas son tantas, se ensucia, por más que una se cuide.
"Ende” que me levanto traigo leña, “priendo” el fogón. Luego, bajo hasta el arroyo por agua. En lo que agarra “juerza” la lumbre. Regreso a poner el comal y empezar a echar tortillas “pal” almuerzo.
«Porque contar la historia, me ayudó a perdonar».
Ese día regresé con el agua, como siempre. Cuando pasé “pa” traerme el comal, se me prendió la falda. Grité muy sorprendida, venía entrando mi tata y que saca el cuchillo de repente. Yo me asusté “retiharto”, volví a gritar de nuevo pero ahora más “juerte”.
Sin dilatar mi tata cortó la faja que “traiba” en la cintura, me tiró al piso y me sacó la falda en llamas por abajo y la aventó “pa” fuera del jacal. Yo estaba re- espantada, llorando pues, con susto y sin poder hablar. Ahí llegó mi mama. Quien sabe que pensó. Como que vi en sus ojos, la furia de los “pingos”. Tomó el leño más grande que estaba en el fogón, se me lanzó a pegarme. Alcé mi brazo al frente y me alcanzó de lleno con el leño encendido. Esta es la cicatriz. Luego me dijo “PUTA”, YA TE VEIA VENIR.
«Porque contar la historia, me ayudó a perdonar».
Si no ha sido mi tata que la ha parado en seco, no se que hubiera hecho. Le contó el accidente. La sacó del jacal y le mostró la falda que ardía cual fuego eterno. Le agarré harto coraje, una rabia escondida como un dolor “muy dentro”(y se agarraba el pecho). Hoy aprendí de ustedes lo que son cicatrices. La del brazo, es cicatriz de violencia física. Mi rabia y mi coraje crero que son cicatrices de violencia verbal. Pero ¿saben? Ya no siento la losa que me apretaba el pecho, con “juerza”, tanta “juerza” con solo respirar. Ya hasta el llanto de antaño va secando su afluente. Porque contar la historia me ayudó a perdonar.
Nos quedamos calladas. Sellamos con el llanto, un ritual de amistad.