“Aquí aprendemos a reír con llanto…” Mi padre trabajaba 12 a 14 horas diarias. Nunca se quejó. “Uno debe dedicarse a lo que disfruta, solo así podrá sobresalir en lo que haga”. Siguió fielmente ese consejo. Casi toda su vida fue empresario. Parece que un resfriado era lo único que lo tiraba en cama. Mi mamá decía que llenaba su cuarto de lamentos, quejidos y mal humor.
Ahí estaba ella, llevándole su té con miel de abeja, para la tos. El caldito de pollo, para las flemas. La sopa de cebolla, la pechuga de pollo, el jugo de naranja y hasta uno que otro antojo. Casi día y medio de cuidados y reposo y mi padre sanaba. Luego, solo decía “tengo mucho que hacer, mucho que hacer” y allá se iba mi padre, otra vez al trabajo.
«Aquí aprendemos a reír con llanto…»
Y los años pasaron. Lo había doblado el cáncer, debido a que fumaba. Yo tuve el privilegio de cuidarlo por meses en mi casa. Luego de las terapias, llegaban sus visitas. Uno de sus amigos se quejaba de todo. Ni una vez preguntó que como se sentía. Antes de yo ofrecerle ya me pedía un café. Empezaba las quejas, que el salario era injusto: total, insuficiente. Que él con su doctorado merecía mucho más. Especialmente dura, muy dura la jornada, 8 horas (como yo). Y ahí seguía mi padre, estoico, tan atento, con su mejor talante.
Por fin, se fue el amigo. Mi padre, se notaba agotado, entre otras tantas cosas, la tos le fatigaba. Yo me senté a su lado para darle un café. El me miró de frente y me dijo muy serio, “caramba, gana poco… y que con doctorado, y que mucho trabaja, yo sigo trabajando 12 horas y así ya bien jodido, bueno, pero sin doctorado, (sonreímos) aunque, gano mucho más que él.” Nuestra sonrisa se rindió al impulso.
«Aquí aprendemos a reír con llanto…»
Reímos tanto, hasta que el llanto corrió con la misma libertad. Reímos con los ojos, los gestos y la boca. Me contagió su alegría, nos reíamos de su inaudita y genial inmodestia y su orgullo. Dejó libres por fin algunos sentimientos. Yo tuve que usar las palabras de Juan de Dios Peza como título para esta reflexión “Aquí aprendemos a reír con llanto...” Mi padre terminó su primera etapa de tratamiento, solo dijo “tengo mucho que hacer, mucho que hacer” y allá se fue mi padre, otra vez al trabajo. Eso hizo, la última vez que lo vi con vida.